Si algo es bueno y puede hacerse, debe hacerse, lo contrario sería un desperdicio. Como se ha dicho antes, si existe una evolución racional en el ser humano lo natural es entenderse. Ya sabemos que el enemigo del pasado es idéntico a nosotros, que las divisiones entre las personas no son horizontales, sino verticales, que si alguien nos convoca para ir a matar en nombre de un país y una bandera probablemente el enemigo sea más bien aquel que lo pide; porque la misión principal de un gobernante debe ser promover la paz y evitar la guerra.

Los gobernantes, desde el pasado siglo, gracias a la tecnología de los transportes y de las comunicaciones, han tenido y tienen la ocasión de buscar fórmulas para acercar las naciones de la Tierra o para fusionar los gobiernos de los Estados; sin embargo, en lugar de eso, en muchos casos aparecen intentos de secesión, de creación de nuevos Estados y de nuevos gobiernos. Además, no solo en el exterior sino también en el interior: muchos Estados se niegan a hacer ningún avance en el sentido del progreso democrático y algunos con profunda tradición democrática están girando hacia formas totalitarias o identitarias. Los mal llamados políticos necesitan dividir a la sociedad para hacerse un hueco, utilizando los aspectos más oscuros del espectro emocional humano.

Cuando Julio César conquistó la Galia en el siglo I a. C., los reyes de las distintas tribus tuvieron que aceptar un jefe supremo para enfrentarse a la amenaza romana, común a todos ellos. Sin embargo, les preocupaba tanto o más ganar que perder, por el temor de que aquel líder encargado de la defensa de todos, Vercingétorix, fuera posteriormente el rey de todos ellos en una Galia unificada.

Así mismo, y por desgracia, la mayoría de los cambios políticos que han propiciado mejoras en los derechos y libertades de los ciudadanos no han venido por parte de los gobiernos sino de revueltas o revoluciones. Sea por la razón que sea, ya se sabe que las cosas de palacio van despacio, entre otras cosas porque los gobernantes sopesan cómo los cambios afectarán a su posición.

¿Puede el individuo mejorar como persona en el cultivo de la conciencia personal y de las virtudes humanas? Puede, sin duda. ¿Quiere? Eso es otra cosa. ¿Puede el gobernante, y por ende el Estado, mejorar el bienestar de sus ciudadanos? Desde luego. ¿Le conviene? Depende de si estos cambios incluyen la posibilidad de que este pierda el gobierno a pesar de que sea para bien de todos.

¿Podrían los Estados crear instituciones superiores a las naciones, con legitimidad política y autoridad emanada de la ciudadanía, con potestad sobre los asuntos de carácter global y universal? Sí, sin duda. ¿Les interesa?, no desde un punto de vista personal, material y egoísta y más si cabe cuando no existe ningún Estado que se rija por un sistema verdaderamente democrático.

Los ciudadanos del mundo tienen y pueden crear el Estado universal a través de un sencillo procedimiento que será explicado y desarrollado más adelante, que se apoya en una idea creada y experimentada por la antigua Grecia: la democracia por sorteo.

porque es posible

 

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