Nos encontramos ante un muro: el de las fronteras

Una de las problemáticas que más relevancia han tenido en los últimos tiempos ha sido el fenómeno de la inmigración. No sólo en cuestiones de ámbito europeo o mundial, sino que ha sido el núcleo del Brexit, o de la campaña del presidente americano Donald Trump.

Dicen que a veces el árbol no deja ver el bosque. Desde la perspectiva de una persona que cree fervientemente en la creación de un Estado Universal me pregunto cómo miles de personas hunden sus vidas en aguas de nuestro mediterráneo,(en realidad sólo es otro punto caliente más de la inmigración en nuestro planeta), sin hacernos una pregunta: no cuáles son las causas, sino ¿cuáles son los motivos para no ayudar a esas personas? ¿Qué argumentos tenemos para que el presupuesto de 155.000 millones de la Unión Europea quede prohibido para salvaguardar la vida de seres humanos?

Podemos empezar a responder la pregunta si nos imagináramos que fueran ciudadanos españoles, italianos o alemanes los que cruzaran nuestras fronteras, ¿permitiríamos esta situación? No. Entonces les dejaremos morir, les dejaremos de ayudar, les dejaremos de considerar seres humanos porque no son de nuestra “tribu”. O sea, de nuestro país. Si por cuestiones “x” se convierten en habitantes legítimos de nuestras fronteras provocaría que nos lanzáramos en su ayuda, y nuestras portadas de periódicos tendrían titulares incombustibles durante semanas.

Pero fijémonos: La realidad de nuestro mundo nos da más ejemplos similares. Donde los intereses nacionales y la soberanía de los estados son la excusa y el muro, para que por ejemplo, la ayuda al desarrollo, se transforme en una cifra del 0,7% de un presupuesto, simplemente por pertenecer a una tribu diferente a la nuestra. O para que no podamos luchar contra los paraísos fiscales, la elusión y la evasión fiscal porque ciertos países decidan por el interés de unos pocos habitantes rebajar los impuestos a límites escandalosos, o que los derechos humanos no puedan traspasar fronteras, o evitar los conflictos armados porque no se encuentran dentro de nuestros límites territoriales, o la lucha contra el cambio climático quede supeditada al consentimiento egoísta de cada país y sus empresas, cuando el C02 no conoce de fronteras ni intereses económicos.

Nos podemos  preguntar: ¿cuánto durarían los paraísos fiscales si como propone Estado Universal hubiera un organismo fiscal supra-nacional vinculante en sus decisiones?

¿Qué podría hacer la sociedad con esos 7,6 billones de dólares escondidos detrás de la fronteras de la vergüenza. Problemas globales que requieren de soluciones globales.

Entonces, ¿por qué no se puede realizar?

Nos encontramos ante un muro: el de las fronteras. No sólo es un muro político sino también de mentalidad. Ésta nos separa los unos de los otros, separa nuestra solidaridad y dinamita las soluciones. Posiblemente sea indisoluble a la condición humana.

La realidad es ésta. Doscientos países compitiendo ferozmente entre ellos, bajo la premisa de salvaguardar los intereses de sus ciudadanos o de sus empresas. ¿Existe solución? Sí.

Si hacemos un retroceso histórico y nos preguntamos dónde estaba la humanidad no hace mucho tiempo, ante conceptos como la protección de los derechos humanos o del medio ambiente podemos observar los efectos de la concienciación y la educación. Hagamos lo mismo: concienciación y educación a todos los niveles y en todos los lugares. Educación hacia los políticos, a la sociedad y sobre todo a las generaciones más jóvenes, y realizado globalmente. Y mientras tanto, buscar conseguir involucrar  a los estados en estructuras supra-nacionales vinculantes que demostrarían mediante sus resultados como la lacra de la desigualdad y la pobreza va desapareciendo.

Porque al fin y al cabo, nadie nos podrá decir que todos nosotros no somos ciudadanos del mundo.

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