Un lunes por la mañana —principio de la semana y a reanudar actividades después de pasar un merecido descanso de fin de semana— , escuché la alarma del teléfono y me desperté tranquilamente parpadeando lento y después de unos segundos abrí los ojos por completo, añorando unos quince minutos más para poder retomar la historia de mi sueño. Ese viaje donde me encontraba en una aldea china comprando un café y familiarizándome con el tipo de moneda porque no conocía el valor de las monedas que tenía en mis manos y no sabía si era suficiente para pagar, entre las personas que estaban en ese puesto me dijo que yo era rica, que tenía entre mis monedas unas de las de más alto valor. En ese momento fue cuando me desperté.

En fin, me levanté y me alisté para ir al trabajo, y me pregunté ¿Cómo te sientes? y sólo me contesté: Apacible… y reafirmé “Yo soy apacible”. En mi trayecto al trabajo suelo respirar profundamente, imaginándome que mi día será tranquilo y que todo lo que se me presente en el trabajo tendré la facilidad y el tiempo suficiente para realizarlo, y que nada ni nadie perturbará mi tranquilidad.

Transcurrió mi día de trabajo como lo imaginé. Sin embargo, se presentaron situaciones que no esperaba. Con cuatro compañeros tuve una interlocución imprevista, pero todos expresaron un sentimiento hacia mí en común: la envidia.

La primera es Abelina.  Abelina  siempre se esfuerza por ser eficiente, no termina de hacer un trabajo cuando ya le encomiendan otro y se lleva a casa el trabajo para terminar en los tiempos que le imponen sus jefes, demostrando siempre que es la mejor.

Abelina, mientras estaba escribiendo en la computadora y sin mirarme a los ojos, apurada en desarrollar un documento y con voz acelerada y angustiada me dijo: te envidio —no mostré extrañeza y le pregunté por qué—, te envidio por la forma en que manejas tus tiempos, ¡¿cómo le haces?! siempre tienes el trabajo antes de lo estimado y todavía tienes tiempo de descansar y hacer lo que quieras, le comenté que seguía abierta la invitación para salir a comer, “No me es posible, tengo que terminar de hacer este documento”.

A la hora de comida, coincidí en el lugar con otro compañero, se llama Andrés a quien  invité a acompañarme en la mesa, ya que el local se encontraba lleno. Mientras nos servían los alimentos, y comenzábamos a conversar me confesó que me envidiaba,  le pregunté el porqué, por la suerte que te cargas, ¿cuál suerte? por toda la gente que conoces, con todos te relacionas y por la gente que te saluda sin conocerte, hasta a mí me extraña que me hayas invitado a tu mesa a comer.

Por cierto, él terminó antes de comer que yo, y al retirarse me dijo: deséame suerte, no sé si tenga suficiente tiempo para realizar un trámite; me urge solucionar un cobro indebido, no te deseo suerte, le contesté. Andrés exaltado me respondió ¿por qué no?, no te deseo suerte porque ya la tienes, ¿me crees? Él sonriente dijo: Sí, sí la tengo, me iré tranquilo y lo solucionaré.

Al regresar a la oficina me visitó París. París es una joven con un escultural cuerpo y todos la voltean a ver a su paso, de verdad es guapa. Fue a informarme sobre las promociones del cine, conciertos y teatro que hay para los empleados. Ella me dijo con cierta molestia que me envidiaba. Entre mí dije, “es la tercera persona que me dice eso, qué pasa”. Le ofrecí asiento y mirándola a los ojos y con voz tranquila le pregunté por qué me envidiaba. París me lo dijo directamente sin tomar aliento: Te envidio por tu trabajo, siempre vas a reuniones con los jefes y cuando platicas, platicas de todo por los estudios que tienes, y no te cohíbe nadie. Todavía de manera retadora me preguntó si tenía algo que decirle al respecto. Sólo le di las gracias por la información. París se marchó de mi oficina dirigiéndome una mirada con cierto desprecio. Yo solo me volví a poner mis audífonos y continué mi lectura.

Mi último encuentro fue con René quien me lo dijo al tomar el elevador pero con una voz afligida. Yo solo le pregunté por qué con una expresión con las manos. En esos segundos que transcurrieron del Piso 6 a la Planta Baja, René me dijo que me envidiaba porque era soltera, porque era feliz, porque tengo todo mi sueldo para mi sola y porque puedo hacer todo lo que yo quiera, vestir bien, comer bien e irme a divertir con amigos. Me extrañaron sus comentarios y le pregunté por qué suponía eso, él me devolvió la respuesta con otra pregunta: ¿acaso no es cierto? Se despidió diciéndome: Sigue disfrutando tu vida y aprovecha tu tarde, yo tengo prisa… adiós. Respiré profundo y tomé camino a casa.

Ya estando en casa y escuchando la canción de Phil Collins, Another day in Paradise, conecté la experiencia que había vivido durante el día con el significado de las monedas en mi sueño. Por lo que sólo dije entre mí: Yo soy afortunada de múltiples maneras.

El tener fortuna — cualquiera que sea el significado para cada quién— o el sentir envidia es una elección propia. Te enfocas en realizar tus sueños o en desear lastimosamente lo que otros tienen. Hay que recordar que todos tenemos experiencias y caminos diferentes, así como un aprendizaje en particular que vivir.

Créate a ti mismo y crea la vida que deseas traer a esta realidad.

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