1. PREÁMBULO

Somos muchos los que anhelamos de corazón que la humanidad sea una. Que superemos tantas divisiones de banderas y fronteras: territoriales, económicas, sociales… Y que un único gobierno mundial, con auténtica vocación de servicio público y alejado de la búsqueda de sus propios privilegios y de toda clase de corruptelas, gestione los asuntos comunitarios de forma consciente, democrática, participativa, justa, compasiva, solidaria… Atendiendo a los intereses generales de la ciudadanía, a la dignidad de todos y cada uno de los seres humanos y a los derechos inalienables de la totalidad de los seres vivos, sin excepciones, por encima de cualquier tipo de supremacismo y especismo.
         Ante esto, puede ser que nos ilusionemos y entusiasmemos cuando, hoy día, desde diversas instancias, se habla de la conveniencia y la urgencia de impulsar la configuración de un gobierno mundial. ¡Qué bien!, podemos pensar: ¡por fin llegó la hora!
         Sin embargo, hay que pararse, respirar y reflexionar: ¿es acaso ese gobierno mundial que nos proponen el que deseamos desde nuestro interior más íntimo o se trata de algo situado exactamente en las antípodas de nuestras aspiraciones?
Más que nunca, necesitamos el discernimiento. No en balde, tal como expreso Cristo Jesús (Evangelio de Mateo, 10:16), somos “como ovejas en medio de lobos” y debemos ser “sencillos e inocentes como palomas”, pero también “sabios y astutos como serpientes”.

2. ¿ES CONVENIENTE PARA LA HUMANIDAD UN GOBIERNO MUNDIAL?
Roma locuta, causa finita
Y ya que hemos citado a Jesús de Nazaret, precursor de la tradición espiritual cristiana, podemos arrancar estas consideraciones acerca del gobierno mundial con la primera entrevista sobre la crisis del coronavirus concedida por el Papa Francisco (1). En ella se refirió, entre otras cosas, al estado del mundo tras la pandemia que lo aflige y afirmó literalmente: “Pienso en mis responsabilidades de ahora y ya para el después (…), que va a ser un después trágico, un después doloroso, por eso conviene pensar desde ahora”.
Probablemente, la mayor parte de los que tienen influencia en la opinión pública a nivel global piensan lo mismo. Sin embargo, por los motivos que sean, no lo expresan; y algunos hasta intentan transmitir la vana esperanza de que, pasada la enfermedad, las aguas volverán a su cauce poco a poco. De ahí que haya que poner en valor la sinceridad del pontífice al compartir la verdad: los efectos a medio y largo plazo del COVID-19 serán mucho más nocivos que los causados por el propio virus y nada volverá a ser igual (2).
Un contexto en el que varios foros eclesiásticos están retomando dos documentos, elaborados antes de que Francisco asumiera la jefatura del Vaticano, cuyos contenidos han recobrado vigencia por los presentes acontecimientos: Globalización y autoridad mundial, de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales; y Por una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la prospectiva de una autoridad púbica con competencia universal, del Consejo Pontificio Justicia y Paz (3).
Sus títulos ponen de manifesto lo que es el eje principal de ambos textos: abogar a favor del nacimiento de un gobierno mundial, cual fórmula institucional idónea para afrontar la situación que vive la humanidad. Y lo hacen con tanta rotundidad que solo cabría hacer nuestro el famoso “Roma locuta, causa finita” (“Roma ha hablado, el caso está cerrado”) con el que san Agustín de Hipona, en su sermón del 23 de septiembre del año 417, dio por finiquitada la controversia pelagiana tras la contundencia con la que el Papa Inocencio I condenó el posicionamiento, liderado por el monje británico Pelagio, acerca de la no existencia del “pecado original”.
Ahora bien, tanto en lo relativo a aquel episodio histórico como, muy especialmente, en lo referente a los momentos actuales, es de sentido común preguntarse: cuando Roma habla, ¿quién habla?
Las enseñanzas del cristianismo
Para responder a tal interrogante y puesto que afecta a la Iglesia Católica, es preciso examinar si el cristianismo -particularmente el Nuevo Testamento, fuente primigenia de las enseñanzas de Cristo Jesús- muestra algo sobre la figura de un gobierno mundial. Y al escrutar al respecto, llama la atención la claridad con la que se ocupa del asunto el libro de las Revelaciones -más conocido como Apocalipsis-, atribuido a san Juan y último del Nuevo Testamento y de la Biblia en su conjunto.
Así, con el telón de fondo del Imperio Romano como representación de la gran potencia militar, política y económica de aquella época, el citado libro predice que en los tiempos postreros de lo que Cristo Jesús denominó esta “generación” (4) –esto es, en el periodo final de esta humanidad, que dará paso a una nueva de perfil ejemplar- será instaurado un único y despiadado gobierno mundial encabezado por un poderosísimo y cruel líder nombrado como “la bestia”.
Más concretamente, Cristo Jesús indica que, cuando aún no sea el fin, se levantará nación contra nación y reino contra reino (5). A lo que el Apocalipsis añade que, en tal contexto, diez grandes gobernantes o reinos (pueden ser tanto Estados o entes supranacionales como enormes corporaciones privadas multinacionales), simbolizados por los cuernos de la bestia, cederán a esta  su soberanía: “Los diez cuernos que has visto son diez reyes, que aún no han recibido reino; pero por una hora recibirán autoridad como reyes juntamente con la bestia. Estos tienen un mismo propósito; y entregarán su poder y su autoridad a la bestia” (Apocalipsis, 17, 12-13), que, así, tendrá mando “sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación” (Apocalipsis, 13, 7).
De todo lo cual se deduce que el cristianismo vaticina, efectivamente, la existencia de un gobierno mundial. Pero no para ensalzarlo y apoyarlo, sino para alertarnos y prevenirnos sobre él, dada su vileza e iniquidad.
Y, desde luego, resulta muy llamativa la contradicción entre este categórico pronunciamiento del cristianismo y lo que la Iglesia Católica, al menos órganos tan relevantes de la misma como una Academia y un Consejo pontificios, defiende hoy. Pero no es objetivo de este texto ahondar en ello: baste con resaltar tan notable disonancia e invitar al lector a que saque sus propias conclusiones.
Lo que aquí sí interesa es indagar acerca de sí hay razones de peso, analizando la realidad que nos rodea, que avalen los reparos y advertencias del cristianismo en torno a un posible gobierno mundial.

3. ¿QUIÉN ESTARÍA AL FRENTE DE UN GOBIERNO MUNDIAL? LOS MISMOS QUE, DE FACTO, YA LO EJERCEN
Dos hechos objetivos
Antes de seguir adelante, hay que exponer una obviedad: el gobierno mundial que centra nuestra atención se configuraría no en esa nueva humanidad ideal y modélica que distintas tradiciones espirituales sostienen que sucederá a la vigente, sino en esta, con todo lo que conlleva.
Es decir, en un mundo de características fuertemente egoicas en lo individual y en lo social y que viene dando nítidas señales de estar agotado, al bode del colapso, sin poder ofrecer ya otra cosa que más dolor y sufrimiento personal y colectivo. Y si alguien tiene aún dudas al respecto, puede pasearse por la web del Proyecto de investigación Consciencia y Sociedad Distópica (www.sociedaddistopica.com) y acceder al ingente material informativo y documental que pone a nuestra disposición sobre lo que está ocurriendo en ámbitos temáticos tan diversos como la cultura y la educación, la ecología y el medio ambiente, la economía, la política, la sociedad, la salud o las tecnologías (6).
Pues bien, en el mundo y la humanidad actual, ¿quién es de prever que se sitúe al frente de un gobierno mundial en caso de que este, de alguna manera, llegara a constituirse? Dos hechos objetivos, relativos al momento que vivimos, proporcionan mucha luz para adentrarse en esta reflexión: el creciente protagonismo de las corporaciones transnacionales; y el papel cada vez más hegemónico de una selecta élite.
Porque las estadísticas y los datos contrastados sobre la distribución global y funcional de la renta indican que avanzan la miseria, el desempleo y el subempleo, la precarización del mercado de trabajo, la pérdida de derechos laborales, el recorte de derechos sociales, la merma de la capacidad adquisitiva de la mayoría de la gente, etcétera. Pero, igualmente, que ganan terreno y se hacen cada vez más ricos y dominantes tanto un minoritario club de enormes corporaciones multinacionales como un restringido y restrictivo grupo de personas que conforman una pequeña elite.

La era de los imperios financieros y empresariales
         Hay numerosos estudios que evidencian que hemos entrado en una nueva fase histórica en la que se convierte en preponderante un inédito tipo de imperio: los emporios financieros y empresariales, muy por encima de Estados y naciones. Así, acudiendo a la información suministrada por múltiples entidades públicas y privadas, de la revista Fortune a la Fundación Global Justice Now, sabemos que (7):
+Las diez principales multinacionales del ranking mundial ostentan un valor combinado comparable al producto interior bruto (PIB) de 180 países, el 92% de los 195 integrados en la Organización de Naciones Unidas (193 como miembros natos y dos más, Palestina y la Santa Sede, en calidad de “observadores”).
+Las 100 primeras obtienen anualmente unos ingresos que se aproximan al 50 por 100 del PIB planetario (en 1997 suponían solo el 33%).
+Y las 200 más importantes tienen en sus manos el 75 por 100 de la economía mundial (hace 25 años rondaba el 50%).
Además, hay una nítida tendencia a la concentración de poder y recursos en un número cada vez menor de estas corporaciones. Verbigracia, examinando la evolución de la Bolsa de Nueva York, el principal mercado de valores, la cifra de empresas que cotizan en ella ha descendido a la mitad desde 1997. Y en la esfera bancaria, las cinco mayores firmas acumulan el 45 por ciento de los activos, frente al 20 por 100 del año 2000.
Con base en todo lo cual, cabe prever que, para 2025, solo unas 150 mega-corporaciones moverán más del 80 por 100 de la economía del planeta.
¿Qué significa esto? Pues, como antes se apuntó, que vivimos en la era de los imperios financieros y empresariales, que, en un contexto cada vez más globalizado, se mueven a su antojo por el mundo, por encima de gobiernos y fronteras, y manejan más recursos y poder que los propios Estados. Ciertamente, estos continúan siendo fundamentales para garantizar las inversiones y desinversiones estratégicas de esas corporaciones, pero actúan bajo el dominio y la autoridad real de estas, poniendo a su servicio las políticas y las decisiones gubernamentales, los ejércitos y las intervenciones militares y las estructuras políticas, económicas y jurídicas.
Una selecta élite
En paralelo, en 2015 se produjo otro hito en la historia de la humanidad: por primera vez (a partir de ahí, se ha consolidado), el uno por ciento de la población mundial –unos 75 millones de personas- alcanzó a poseer y atesorar más patrimonio y riqueza que el 99 por 100 restante -7.600 millones de seres humanos -.
Detrás la frialdad de los dígitos, puede vislumbrarse que se trata de algo tremendo. Sin embargo, no queda ahí la cosa:
+Primero, porque escrutando en ese uno por ciento, se constata que en su seno existe, a su vez, un uno por ciento (el uno por ciento del uno por ciento: unas 700.000 personas) que es quien realmente hace suya la mayor parte de la riqueza.
+Y segundo, porque indagando en ese uno ciento del uno por ciento, escudriñando en sus lazos consanguineidad y parentesco, localizando a los cabezas de los diferentes clanes familiares que lo componen y rastreando sus conexiones e interacciones accionariales en las corporaciones transnacionales antes mencionadas, se concluye que no son más de unas pocas decenas de personas las que se han apropiado del patrimonio colectivo y de los recursos naturales, rigiendo la economía mundial a través de los reiterados  imperios financieros y empresariales y dominando el sistema socioeconómico y político-institucional a escala global.
         Por tanto, la radiografía de la élite muestra: 1º. En su núcleo duro, unas cuantas decenas de personas. 2º. En torno a ellas, el uno por ciento del uno por ciento de los habitantes del planeta. 3º Y alrededor de este, el uno por ciento de la población total. Un modelo que cristaliza en la organización de la élite en círculos. El primero consta de muy pocos miembros. Y a partir de él, como las ondas que provoca la caída de una piedra en el agua, existen más círculos: una vasta red de élites y sub-élites que es utilizada por el círculo primero para sus fines, que incluyen el mantener al resto de la población mundial alienada, domesticada y contaminada por paradigmas, sistemas de creencias y una visión del mundo egoicos y egocéntricos. Todo ello bajo una estructura piramidal férreamente jerarquizada, que tiene su correspondencia y correlato en los organigramas de dirección, gestión y control de los gigantescos holdings y corporaciones transnacionales.
No obstante, al hilo de lo ya enunciando y de lo que se expondrá de inmediato, esta organización y estructura se encuentran ahora en pleno proceso de restructuración debido al éxito alcanzado. Así, el poder y la riqueza se está concentrando en los círculos primeros del entramado, a la par que se suprimen de la estructura los círculos más inferiores, que ya han dejado de ser útiles y hasta se han convertido en una carga innecesaria.
Aunque no esté formalmente institucionalizado, el gobierno mundial ya existe
Del conjunto de consideraciones expuestas, se deduce que el gobierno mundial no es algo que pueda o no llegar a ser, sino que ya existe en la actualidad. Es verdad que aún no ha sido formalmente institucionalizado, ni legalmente establecido y regulado, pero está siendo ejercido por la vía de hecho.
A su frente se halla un reducido grupo de personas que se vale, para plasmar su dominio económico, político y social, de una extensa e intensa tela de araña de privilegios e intereses en la que se mezclan e interaccionan los diferentes círculos en los que la élite se organiza y el quehacer cotidiano de los imperios financieros y empresariales que son de su propiedad. Y esto, desgraciadamente, no son hipótesis o fabulaciones “conspiranóicas”, sino la cruda real demostrable por medio de una innumerable cantidad de datos ciertos: cosa distinta es que se prefiera mirar para otro lado y no se quiera ver lo que es tan visible como notorio.
         Por tanto, retomando la cuestión abierta páginas atrás: ¿quién estará al mando de un gobierno mundial en caso de que este, de alguna manera, llegara a constituirse? Pues los mismo que, de facto, ya lo ejercen.
         Son los amos (provisionales) del mundo. Y actúan sin cesar para serlo cada vez más, fomentando y rentabilizando la inconsciencia colectiva: sobre la propia existencia de la élite; sobre su papel en cuanto sucede; y sobre cómo funciona realmente la economía, la sociedad, la política y el mundo, sometidos a sus dictados.
El eje central de su proceder consiste en generar continuamente en las personas un estado en el que se mezclan en perfectas dosis: de un lado, el miedo, la inseguridad y la incertidumbre; y de otro, la distracción lela, el entretenimiento memo y un estilo y un ritmo de vida inhumanos y desnaturalizados. Y, así, se mantiene a la gente paralizada, atontada y aborregada mental y consciencialmente. Es el escenario ideal para que sus resortes de poder actúen sin interferencias y con radical impunidad.
         Y llegados a este punto, hay que plantear un nuevo interrogante: ¿estamos a las puertas de que el gobierno mundial, ya existente de facto, se configure institucionalmente? Se dedica a este asunto el próximo epígrafe.

4. SOBRE LA INSTITUCIONALIZACIÓN DEL GOBIERNO MUNDIAL
El devenir del sistema socioeconómico vigente: la instauración de un gobierno postdemocrático
Como se estudia pormenorizadamente en el capítulo primero del libro Consciencia (8), el sistema socioeconómico vigente arrancó en el siglo XVI con una modalidad de gobierno pre-democrática: el Antiguo Régimen del que hablan los libros de historia. Posteriormente, en los siglos XIX y XX y bajo el impulso de las dos grandes oleadas de la Revolución Industrial, llegaron las instituciones democráticas, con la soberanía popular, el sufragio universal, el parlamentarismo, etcétera. Y ahora, en pleno siglo XXI y con el estímulo de la revolución tecnológica, toca dar el paso a un formato de gobierno distinto: el postdemocrático, que debe servir para institucionalizar el gobierno mundial que ya viene siendo ejercido, como ha visto, por unos pocos.
El objetivo es muy simple: alejar de los ciudadanos la toma de decisiones sobre los temas realmente importantes y situar la misma en el ámbito de organizaciones supranacionales ajenas a procesos directos de elección democrática; fuera del alcance de cualquier control popular; sin rostro específico al que exigir responsabilidades o reclamar; y donde lo tecnocrático prima sobre lo social, auto-invistiéndose de la cualidad de expertos que es negada a los que no piensen como ellos.
El acicate de la crisis del coronavirus
Gracias a los efectos y secuelas de la pandemia del coronavirus, como se explica con detalle en el texto referido en la nota (2) de estas páginas, tal formato de gobierno en la lejanía, cuasi-virtual, sin filtros democráticos, se extenderá de manera mundial con un rapidez antes. No tardaremos en verlo. Desde Naciones Unidas se harán, probablemente, las primeras proclamas al respecto. Pero irán apareciendo otros estamentos plurinacionales más en consonancia con las metas de la elite.
La excusa está servida y nos argumentarán: 1º Que la crisis del COVID-19 ha puesto de manifiesto que la humanidad es una. Ojo, porque lo dirán sin rubor esos mismos que niegan, por ejemplo, un lugar bajo el sol a las decenas de millones de refugiados que pululan por el planeta huyendo de las guerras y al hambre). 2º Que es indispensable establecer mecanismos institucionales supranacionales que garanticen respuestas globales a situaciones y asuntos globales. Todo ello, por supuesto, en atención a los intereses generales de la ciudadanía, etc, etc, etc…
Esto es el gobierno postdemocrático al que la crisis del coronavirus servirá de acicate: el vaciamiento de poder real a los parlamentos y gobiernos nacionales y el ejercicio del verdadero poder desde órganos de decisión supranacionales, distantes, opacos, tecnocráticos, que no rinden cuentas, sin posible control democrático, sin sensibilidad social alguna y perfectamente calibrados y alineados con las estrategias y objetivos de las gigantescas corporaciones financieras y empresariales y la elite que los dirige. Esos que controlan la economía del planeta en un esfuerzo psicopático por ganar lo más posible en el menor tiempo posible: especulando sin cesar, invirtiendo y desinvirtiendo, deslocalizando empresas, explotando a niños, contaminando las aguas y el aire de la Madre Tierra, desgastando y consumiendo sin mesura los recursos naturales, haciendo negocio con la enfermedad y el hambre…

5. REFLEXIONES FINALES
Retomando las aportaciones del cristianismo
         Al inicio del presente escrito, se mostró como el cristianismo vaticina con claridad la existencia de un gobierno mundial. Pero no para ensalzarlo y apoyarlo, sino para que estemos alerta y prevenirnos sobre él. Tras lo expuesto posteriormente, se entiende bien el porqué de estas advertencias y la necesidad de no dejarnos engañar por esos que son maestros de la mentira, por ese núcleo duro de la élite convertido ahora en los amos provisionales del mundo.
         Y el cristianismo nos aporta otro dato muy importante para comprender quiénes son y cómo actúan. Concretamente, en el Evangelio de Lucas (4:5-7) y el Evangelio de Mateo (4:8-9), donde se narra como a Cristo Jesús se le presentó el diablo cuando estaba en el desierto y “lo llevó a un monte muy alto”, “le mostró en un instante todos los reinos del mundo” y “le dijo: te daré toda esta autoridad y su gloria, porque me la han dado a mí y yo la doy a quien quiero; si tú me rindes homenaje (si postrado me adoras), será toda tuya”.
Jesús rehusó de plano tal ofrecimiento. Sin embargo, sí ha sido históricamente aceptado por aquellos que viven postrados ante él y reciben, a cambio, la autoridad y la gloria de todos los reinos de este mundo.
Sobre el anonimato
         Y ante de terminar, seguro que más de un lector se estará preguntado por la identidad de los que conforman el primer círculo de la élite: ¿quiénes son, como se llaman?
Sin embargo, no es posible acceder a sus nombres porque actúan en el más absoluto anonimato: se consideran tan poderosos que no aspiran a ser conocidos, cosa que dejan para los miembros de los demás círculos de élites y sub-élites  a su servicio, de los que sí sabemos sus identidades. De hecho, el anonimato y la actuación de incógnito son requisitos fundamentales para que el entramado que han diseñado se mantenga en pie.
Para entenderlo mejor, viene como anillo al dedo lo que describe un texto de hace siglos, Las profecías de Juan de Jerusalén (igualmente llamado el ermitaño o el templario), donde se señala: “Cuando comience el año mil que sigue al año mil, gobernarán los que carecen de fe. Mandarán sobre multitudes humanas inconscientes y pasivas. Lo harán escondiendo sus rostros, guardando en secreto sus nombres; y sus fortalezas estarán ocultas en los bosques. Pero ellos decidirán la suerte de todo y de todos; nadie participará en sus reuniones. Todos serán sus siervos, pero se creerán hombres libres y hasta caballeros”.
Un escenario en el adquiere vigencia y trascendencia el consejo recogido en el preámbulo de estas páginas: desde luego que debemos ser sencillos e inocentes como palomas, pero también sabios y astutos como serpientes, evitando morder los anzuelos –son y serán muchos- que nos pongan por delante para nublar nuestro discernimiento en el proceso de construcción de una nueva humanidad. Es a lo que estamos llamados. Y ella si será realmente una.

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