La frase “un mundo mejor” se la suele escuchar muy a menudo, así como sus variantes: “un país mejor”, una “sociedad mejor”, “persona mejor”, en discursos, charlas, arengas políticas. También en libros en los que se ha planteado alguna teoría de tipo utópico. Como quiera que sea, es una idea que está en la mente de la mayoría de personas como un deseo latente, como una aspiración. Parece ser una forma de respuesta a las duras condiciones de vida que el grueso de la población ha tenido que sufrir y continúa sufriendo, hoy con más agravantes que nunca.

Se han intentado una gran variedad de teorías y propuestas desde la filosofía, la política, la sociología, la economía. Y se han aplicado en el mundo entero muchas de esas teorías y propuestas, pero ninguna ha logrado todavía hacer realidad ese mundo mejor. A lo mucho se han logrado hacer mejoras parciales que han ayudado a paliar en algo las condiciones extremas que imperaban en los distintos tipos de sociedad que se han sucedido.

El problema de fondo que ha impedido hacer realidad ese sueño de un mundo mejor, parece ser (y seguramente lo es), el arraigado egoísmo que ha imperado y sigue imperando en la mente del ser humano. Egoísmo que le impide hacer renunciamientos básicos a lo que considera su mayor aspiración y derecho: acumular lo que más pueda de bienes, para hacerse rico y poderoso. Todo lo que apunte a afectar o a disminuir ese “derecho” es inaceptable. Lo más grave es que por defender esa postura, el ser humano no ha dudado en recurrir a cualquier medio, por más violento y despiadado que sea, para impedirlo: guerras, represión, tortura y cárcel a quienes conciben y defienden ideas reivindicadoras.

En ese contexto, la solidaridad, la paz, la justicia, el compartir, no es posible que se implemente, a ningún nivel, ni de país ni de naciones. Todos los grandes deseos se quedan en hermosas declaraciones en las Constituciones de los países y de las Organizaciones mundiales.

Un mundo mejor implica que todas las personas puedan tener acceso a condiciones de vida dignas, que incluya un patrimonio básico, producto de una participación justa de la riqueza que la sociedad en su conjunto genera, así como el respeto a sus derechos fundamentales. Ello requiere de una serie de cambios políticos, económicos y sociales, así como de las actitudes y de visión de la vida de todos los integrantes de la sociedad.

Requisitos mínimos para construir un mundo mejor.

Un mundo mejor requiere:

  • La no acumulación y concentración de la riqueza en pocas manos.
  • Un cambio de actitud de cada ser humano.
  • Un cambio global de la visión de la vida, con respecto a la naturaleza, a las personas y a sí mismo.
  • Un despertar de la conciencia, mediante el redescubrimiento de nuestra misión como personas creadas para el bien.
  • Y una decisión de integrarnos como un conglomerado en el que nos necesitamos el uno al otro y de un medio ambiente sano para poder vivir en armonía con los demás y con la naturaleza.

Sin estos requisitos mínimos, cualquier propuesta, cualquier aspiración de un mundo de paz, de justicia y de vigencia y respeto a los derechos humanos, no pasará de ser un deseo, una hermosa aspiración y, en definitiva, una utopía.

La tarea es de todos

Un mundo mejor no se podrá construir sin la participación de todos. No lo puede hacer ningún gobierno, ni organización extra nacional. ¿Por qué razón? Porque mientras las personas no estén conscientes de los cambios, de su alcance y sus fines, así como de un cambio de actitud y de la predisposición a compartir, a respetar a su prójimo, a renunciar a su egoísmo, cualquier mejora que se haga o se logre será de muy efímera duración.

La mente egótica del ser humano, sus apetitos, su mentalidad depredadora y su arraigada dependencia de lo que desde arriba le proporcione el gobernante de turno, nacional o local, sin hacer nada, hará que colapse aún el mejor proyecto.

El ser humano tiene que liberarse de esa dependencia y de la cultura del Súper héroe que predomina (y se estimula en diferentes formas y medios) especialmente en occidente. Esta cultura hace que el ciudadano lo espere todo de los demás. De ello se han aprovechado los políticos para ofrecerse como los salvadores, como los Súper héroes que ven en las películas que salvan al mundo y lo resuelven todo ellos solos. Si el individuo no cambia, la sociedad tampoco lo hará, porque todo lo que pasa en la sociedad es reflejo de lo que pasa en la mente y las actitudes de los individuos. Si hay egoísmo, ira, odios, rencores, a nivel individual, habrá necesariamente también lo mismo a nivel colectivo. La clave es, entonces, promover ese cambio de visión, ese despertar en cada conciencia. Lo otro es arar en el mar, como lo dijo Simón Bolívar antes de morir, al ver su obra libertaria zozobrar en las garras de las ambiciones. Hay que crear una nueva cultura: la de la responsabilidad, la de la participación y la del compromiso.

¡Todos, como el cardumen juntos por la vida, por la supervivencia y por ese sueño de un mundo mejor y el Estado Universal que sería la meta final de la humanidad!

 

 

Ambato, Ecuador, Nov. 30/2018

Carlos de la Fragua

Autor del libro«La hora de la humanidad» y de la petición para instituir el Día Internacional de la Humanidad, una petición que ya te contamos hace un tiempo en nuestro blog.

 

 

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