El sentido último de la educación debería ser el de contribuir a la creación de un ser humano con unas bases culturales, profesionalmente cualificado, emocionalmente maduro, capacitado para los cambios, consciente y dueño de su destino.  Esto es lo que dicen –enunciado de otra forma—las diversas leyes educativas.

Ahora bien, desde una mirada consciente, añadimos un aspecto fundamental: ningún ser humano puede ser realmente dueño de su destino si no conoce un aspecto fundamental: en qué consiste, cuál es la verdadera identidad del ser humano. El famoso aforismo griego γνωθι σεαυτόν, “Conòcete a ti mismo”, inscrito en el frontón del templo dedicado a Apolo, en Delfos, ya nos situaba en esta cuestión crucial.

Entre los muchos problemas que plantea el sistema educativo actual está esta cuestión radical: no hay acuerdo en ninguno de los sistemas educativos que conocemos que parta de una visión común sobre la composición e identidad del ser humano. Y esta cuestión no es baladí, pues condiciona la premisa para determinar qué es lo que necesita saber un y una estudiante.

Los problemas que plantea la educación en el mundo actual están estrechamente relacionados con los problemas que presenta la humanidad, entendiendo, que estos problemas difieren en parte dependiendo del entorno geográfico, social y cultural en el que cada centro de aprendizaje se integra. 

El gran problema tiene que ver básicamente con el sentido de la educación. El sistema educativo actual tiene como objetivo proporcionar al alumnado unos contenidos e instrumentos que lo habilite para formar parte del sistema laboral vigente. Este sistema, en una mayoría de países –y en todo caso en aquellos considerados como primer mundo–, está basado en una concepción mercantilista de la vida, en la que el fin último es forjar sucesivamente más eslabones a la cadena. ¿De qué cadena hablamos? De la cadena metafórica que se sostiene gracias a un trabajo enfebrecido, a un ocio escapista y evasivo y a un consumo constante. Consumo que enriquece a unos pocos y aprisiona a otros muchos.

En mi opinión –parcial y subjetiva– la educación tiene, entre otros, estos retos.

  1. Conectar los aprendizajes con el conocimiento del ser humano y, por tanto, de la identidad propia.
  2. Conectar los conocimientos con el sentido de la vida y, por consiguiente, revelar a alumnos y alumnas el sentido de su vida.
  3. Recuperar la conexión con la naturaleza y, por tanto, el aprecio por lo natural y por la tierra.
  4. Estrechar vínculos entre profesorado y alumnado, dejando que sea el amor el que sirva como acicate al conocimiento. El profesor o profesora que no quiere a sus alumnos, no conecta con ellos y no crea el caldo de cultivo necesario para cualquier aprendizaje.
  5. Transmitir al alumnado, no tanto conocimientos, como el amor al conocimiento. Y para ello, no hay instrumento más efectivo que el lenguaje poético y simbólico, vehículo de lo trascendente.
  6. En definitiva, crear y transmitir consciencia sobre un sentido trascendente de la vida.

¡Ahí, es nada!                                                                 

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