Por Leo Harari @leoharari

“Es tiempo de apocalipsis, pero donde los pesimistas ven el fin del mundo, los optimistas podemos ver el comienzo de uno nuevo” escribe Patrick Viveret en “La Causa Humana. El buen uso del fin de un mundo”. Este doctor en ciencias políticas francés afirma que el mundo capitalista se acaba y la salida es a través de la civilización o la barbarie. Cita a Gramsci: “la crisis se produce cuando el viejo mundo no termina de desaparecer y el mundo nuevo no ha terminado de nacer. Es en ese claroscuro que los monstruos pueden aparecer”, y agrega “…aparecen: crisis financiera, accidente nuclear, cambio climático, inestabilidad en el medio oriente, incapacidad del sistema institucional y político. Debido a la interdependencia tecnológica, financiera y cultural entramos en un periodo caótico de la historia”

Propone una estrategia afín a lo que Edgar Morin llama ‘metamorfosis’ y Stéphane Hessel ‘insurrección pacífica’, reencontrándose con la discusión, la imaginación y la acción, despertando el deseo de humanidad adormecido por el consumismo y enamorándose de la vida. ¿Romántico tal vez? Humanista sin dudas, Viveret forma parte del movimiento de rebelión que conecta una generación europea que es militante desde mediados del siglo XX con la juventud, que está en el origen de las ocupaciones y el movimiento de indignados, conmovedor y lúcido envión final de veteranos para pasar la posta a los jóvenes, de la experiencia a la esperanza. “La contradicción entre la lógica democrática y la lógica financiera puede cuestionar la  paz global”  afirma  y “es un error  tratar la crisis financiera aumentando la explotación de los ciudadanos y de la naturaleza. Una ínfima fracción del dinero financiero está vinculado a bienes y servicios reales, es sobre todo especulación hecha por algoritmos computarizados o movida por la euforia o el pánico”. 

Viveret menciona a quienes más dinero mueven en el mundo: estupefacientes, armamento y publicidad. Las drogas tratan el “mal vivir”, el miedo se combate con herramientas de “mal tratar” y el “mal de ser” es manipulado para transformarlo en deseo de consumir. Bastaría un poco de lo que se gasta en la economía de “no-sentirse-mal” para arreglar problemas cruciales de la humanidad. 

¿Cómo construimos una economía de sentirse bien y vivir austeramente, de tener una sobriedad feliz? “No es un problema que pueda resolverse a nivel personal, es un problema político que concierne nuestras sociedades y nuestras economías que verán su salvación si se transforman en sociedades del buen vivir, del bienestar, de calidad de vida.” Max Weber definía la modernidad  como  el pasaje de la economía de la salvación a la salvación por la economía (La Ética protestante y el Espíritu del Capitalismo), Viveret piensa que la salvación no llegó y debemos superar la modernidad, enfrentando las deudas: social, ecológica y financiera. Explica la deuda social citando a Warren Buffet: “La guerra de clases existe, pero es mi clase, la de los ricos, que la lidera y la está ganando”,  gracias a la enorme transferencia de riqueza que en las últimas  décadas ha pasado de los trabajadores al capital. La modernidad nos ha dado libertades fundamentales que no debemos perder, pero debemos superar lo que nos lleva a la destrucción: la ‘cosificación’ de la naturaleza y la gente, consecuencia del fundamentalismo mercantil. 

Hay culturas que no viven por la economía sino por el lazo social, el sentido de la vida, la relación con la naturaleza. La salvación está en el diálogo entre culturas, en la universalización de lo humano. Viveret propone pasar de una civilización de acumulación individual a una de compartir y explica su propuesta: “El deseo de acumulación viene de la miseria espiritual y afectiva, superar esa miseria es abrir las puertas a la post modernidad, a una humanidad que se quiera a sí misma. Debemos superar el miedo a la muerte con la audacia de vivir”.  

Aceptamos la mundialización del comercio, pero parece utópico hablar de gobierno mundial, circulan con mayor libertad los capitales que la gente. Hablar de bienestar, frugalidad, solidaridad, bien-vivir suena a sueño de poetas y afirma, sin adherir a una teoría de complot, que estamos siendo manipulados. “No sacrifiquemos la felicidad para obtener poder, no optemos por ser seres vacíos para tener las manos llenas, midamos más el crecimiento espiritual que el producto bruto”. Pero la realidad es que vivimos en la ambivalencia. El amor está en el centro de la cultura y es el tema principal de la música, la literatura y  la vida personal pero es palabra prohibida en política. El enunciado político del amor es el reconocimiento y el respeto del otro, es la democracia basada en una sociedad educada y centrada en la cooperación. 

Viveret critica la sociedad que va y viene, a imagen del sistema financiero, entre la exaltación y la depresión, quiere una que oscile entre la intensidad y la serenidad, lo que se siente cuando estamos conectados con otros, con la belleza, la paz interior o la armonía con la naturaleza. Viveret afirma que la humanidad no puede permitirse el lujo de salvar al capitalismo financiero, tiene que salvarse a sí misma primero, y de paso al planeta, poniendo otros valores en primera línea. Salvar el capitalismo significa transferir recursos de la protección social a los bancos, reducir salarios, aumentar la explotación de los recursos naturales. Empecemos, propone, integrando a 3 mil millones de humanos que viven en la miseria con un salario mínimo vital universal, recuperando la gigantesca cantidad de recursos que se ha transferido al capital a costa del trabajo,  con salarios mínimos asegurados y ganancias con topes. No tiene porqué haber, como hay, personas que ganan un millón de veces más que el más pobre de sus conciudadanos. 

Viveret recupera alguna de las iniciativas de André Gorz, basadas en la búsqueda de alternativas al capitalismo sin caer en la barbarie. La primera condición: tratar simultáneamente las tres crisis, ecológica, social y financiera, y condicionar ésta última a las dos primeras. Evitar las inversiones rentables a corto plazo, usar moneda con valor agregado por su impacto positivo en el medio ambiente, poner impuestos a las transacciones financieras y límites a las ganancias, desarrollar monedas sociales, ecológicas, locales, intercambios no monetarizados. Las monedas deben tener relación con las riquezas reales y la contabilidad registrar beneficios reales, ‘lo que hacen bien’, no los puros flujos monetarios. Construir una economía plural en la que exista el mercado, pero dejar atrás una sociedad en que todo es mercado. Separar el trabajo de la obligación de venderse. Gorz afirma que la fuerza de producción decisiva es la inteligencia y los conocimientos, cuestionando las bases de la economía política. 

Viveret propone una estrategia con tres patas: la resistencia creativa, la experimentación anticipatoria y la visión transformadora, y rechaza las lógicas de rivalidad, de individualismo y de modelos autoritarios. Cree en las iniciativas locales y territoriales inspiradas del “movimiento de transición”  nacido en Gran Bretaña en 2006, y en el uso de la no-violencia activa inspiradas en Saúl Alinsky (Rules for Radicals), como embretar al adversario con sus propias declaraciones, usar tácticas  disfrutables para los militantes, usar el ridículo y la amenaza y tener siempre una solución posible para resolver los problemas que se denuncian. Auto organizarse con amigos, familia, redes sociales para practicar intercambios sin pasar por el dinero, desarrollar la confianza entre los que tienen valores comunes, y propone como principal y más accesible la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Carta de la Tierra. 

Patrick Viveret. La Causa Humana. Como aprovechar el fin de un mundo. Editions Les Liens qui Libèrent. 2012. www.roosevelt2012.fr 

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