Si consideramos la comunidad humana, incluso al mundo entero, como un sistema objeto de estudio, los avances científicos y tecnológicos constituyen una perturbación cuyo efecto puede resultar completamente perjudicial desde distintos puntos de vista. La revolución industrial, por ejemplo, aportó grandes beneficios materiales y tecnológicos a la humanidad, pero también supuso el desplazamiento de familias enteras a las ciudades para trabajar, niños incluidos, en condiciones cercanas a la esclavitud y vivir en una situación miserable en provecho de un puñado de capitalistas y especuladores sin escrúpulos.

La capacidad racional del ser humano permite sopesar y prever el impacto y las repercusiones que la incorporación de determinados avances puede tener en la sociedad, con el fin de programarla o limitarla para reducir en lo posible los efectos adversos. Esto se hace en caso de que sea esencialmente bueno el resultado esperado, porque si se albergan serias dudas, es preferible directamente descartar y rechazar su aplicación a pesar de que sea progresiva y controlada.

Una vez más y debido a la experiencia histórica y al conocimiento de la más perversa condición humana, no puede dejarse esta cuestión en manos del libre albedrío. Esto no limita ni un ápice la capacidad creadora del ser humano, tan solo modera la introducción de los avances en la sociedad en función de la evaluación de las consecuencias que pudieran tener. Además, a pesar de que las innovaciones son objetivamente beneficiosas, dependiendo de las manos en las que caigan pueden resultar positivas o totalmente perjudiciales.

El individuo apenas ha podido aprovecharse de los efectos positivos que la industrialización ha tenido sobre la humanidad en favor, por ejemplo, de una disminución en la dedicación al trabajo, entre otras cosas y una vez más, porque la humanidad no existía en términos absolutos como entidad política capaz de resolver estos asuntos. En cuanto a los gobiernos, ya se sabe que están en su mayoría inmersos en sus propios intereses particulares y materiales, así que si los efectos contribuyen a incrementarlos, bienvenidos sean. De hecho, el capital y la clase gobernante son en muchos casos la misma cosa o están íntimamente relacionados. La preocupación por el bienestar del pueblo, como ya se ha dicho, en una cuestión relativa, útil siempre y cuando sirva a su interés.

Por otro lado, actualmente, la ciencia y la tecnología están próximos a la creación de robots inteligentes; de ahí a que tengan la capacidad de ser conscientes de su propia existencia hay un paso, que reclamen el derecho a existir, otro y, por último, que se organicen para luchar por su propia supervivencia, otro. Podría parecer ciencia ficción, pero es una posibilidad lógica.

Pero, antes de todo eso, la simple incorporación de la máquina inteligente desplazará a muchos humanos como obreros o soldados de la clase gobernante; aun cuando ese destino sea humillante y les haya mantenido con vida, si estos deciden revelarse, el poder podría no tener reparo en utilizar esos engendros contra ellos. Al fin y al cabo, ya no le serían necesarios. La humanidad debe contemplar este escenario como posible y despertar de su inocencia, bien trabajada, que nos hace pensar en la bondad de aquellos que nos gobiernan.

Las personas tienen la capacidad de constituirse políticamente para anticipar el riesgo y luchar contra el peligro del desarrollo, la aplicación y el uso de ciertos avances científicos y tecnológicos a manos de personas cuya motivación más profunda es desconocida, y también vigilar cómo, aún en el mejor de los casos, en un entorno responsable, simplemente la confianza en el control, el error o la imprudencia podrían ser letales.

En resumen, la mayoría de las veces no se conoce la verdadera naturaleza y motivaciones de la clase gobernante, que puede estar enfocada al servicio del bien común, al suyo propio o a ambos en diferentes proporciones, que tiene la misma capacidad hacia la virtud y la corrupción que el ser humano particular, pero que, en cualquier caso, la confianza en ellos representa un peligro y un riesgo ineludible para la humanidad.

Los sucesos que tienen la capacidad de afectar a todos deben ser considerados por un gobierno proporcional. Sea o no acertada su valoración y decisiones, al menos serán representativas y entonces sí podremos hablar de ser responsables de nuestro propio destino.

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