Hubo un tiempo largo en la historia en el que ni la forma de la Tierra ni sus dimensiones eran conocidas. La superficie parecería infinita, los individuos con sus familias, incluso pueblos enteros, tenían la ocasión de ser libres en el sentido de encontrar una tierra no habitada en la que poder asentarse y prosperar. Con el tiempo, se conoció la forma y tamaño del planeta, pero la enormidad en su extensión seguía pareciendo inabarcable, al igual que las posibilidades de descubrimiento, oportunidad y crecimiento constante. Aunque era evidente que esto no sería siempre así.

Desde el siglo pasado, el reparto de los espacios de la Tierra, desde el punto de vista político actual, es una realidad más allá inclusive de sus límites. Además, con un número aceleradamente creciente de huéspedes, la escasez futura de los recursos vitales es un hecho. Su falta originará éxodos, disputas, tensiones y luchas por los mismos.

Sin embargo, la humanidad, consciente de todo esto, tiene una vez más la posibilidad de coordinar, gestionar y administrar sus esfuerzos para la supervivencia de todos y cada uno de sus miembros, presentes y futuros. Solo un gobierno con capacidad global puede abordar un objetivo de estas características y evitar un conflicto que resultaría letal para toda la vida en el planeta. La organización política actual no puede llevar a cabo estas actuaciones por su propia condición, lenta e incapaz; es más, se demuestra cada día que tampoco tiene voluntad real de solventar los problemas globales.

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