Presentación del libro Estado Universal a cargo de José Luis Sánchez realizada en Peñaranda de Bracamonte el 17 de julio de 2018.
«El hombre es un animal político».
Esta frase de Aristóteles sigue teniendo vigencia en el mundo actual. Su sentido originario venía a decir que el hombre, por su propia naturaleza, es un ser que ha de vivir en “la polis”, en la ciudad, o dicho de otra manera, en sociedad. El hombre posee el don del lenguaje, sabe distinguir lo justo de lo injusto, el bien del mal y de ahí que su participación sea ineludible tanto en la familia como en la sociedad. Ser “apolítico” equivale a ser insociable, una persona aislada que no necesita de nada ni a nadie y eso no es posible. La política, nos guste o no, es algo consustancial a nosotros y no podemos eludir su presencia. De hecho, la política forma parte de nuestras vidas y las condiciona en mayor medida de lo que muchos están dispuestos a admitir. La política configura nuestros derechos civiles como ciudadanos, establece las prestaciones sanitarias, educativas y sociales a las que podemos acceder, diseña los servicios públicos y realiza las infraestructuras y equipamientos necesarios para el desarrollo de nuestra economía y de la sociedad.
Por eso, desde muy antiguo, el pensamiento político y sus posibles aplicaciones prácticas han estado presentes en la cabeza de filósofos y pensadores. Desde los libros bíblicos, como el Génesis, o el Libro de los reyes, pasando por los griegos: Homero en La Odisea describe el Elíseo, lugar reservado para los héroes y en el que la muerte no puede penetrar, Hesíodo (en Los trabajos y los días nos describe un pasado perfecto e introduce el término Edad de Oro), Virgilio (Bucólicas, en las que nos muestra el mito de la Arcadia feliz) Platón (La República se plantea el proyecto de una ciudad ideal), o el propio Aristóteles en su tratado de Política, e incluso en su Ética a Nicómaco, marca las líneas por donde han de transitar las sociedades avanzadas de una época en la que existen dos modelos diferentes de organización de la ciudad-estado, representados en la Atenas de Solón y Pericles basada en la razón y en la filosofía, o la Esparta de Licurgo, fundamentada en criterios de disciplina militar.
Quizá el libro más conocido de los que preconizan un tipo de sociedad ideal, sin los defectos y carencias propios de cada momento sea Utopía de Tomás Moro. Publicado en 1516, en los albores de la Edad Moderna en un momento de grandes tensiones en la sociedad británica debido al cisma de la iglesia anglicana durante el reinado de Enrique VIII. Moro critica ferozmente los patrones sociales y económicos de su época y propone un modelo sociopolítico radicalmente diferente.
En este marco que podríamos denominar como literatura utópica, destaca también la obra de Swift, Los viajes de Gulliver (1726) de la que podemos deducir una feroz crítica al individualismo, incluso el propio Robinson Crusoe de Defoe (1719). A mediados del siglo XVIII aparece en la misma filosofía que los anteriores el Cándido de Voltaire (1759) donde se preconiza la importancia del desarrollo de la ciencia en la construcción social. En cualquier caso, Voltaire, junto a Diderot, D’Alambert, Rousseau, Montesquieu, fue uno de los enciclopedistas franceses que tanto aportaron a la construcción de un nuevo orden mundial tras la Revolución Francesa. Digamos que de todas estas fuentes ha bebido Juan Carlos, de forma deliberada o inconsciente, puesto que estos autores que acabo de citar se han impregnado a su vez de los grandes pensadores de la filosofía política y del derecho natural. Hablo de John Locke, empirista británico considerado el padre del liberalismo clásico y del contrato social; Thomas Hobbes, autor de Leviatán y padre del contractualismo, mediante el cual las personas aceptan una limitación de sus libertades a cambio de ciertas ventajas; Kant, posiblemente el más influyente de los filósofos europeos. Incluso se pueden apreciar influencias de la filosofía humanista del Padre Vitoria y del derecho internacional de la Escuela de Salamanca. Todos esos ilustres antecesores inspiran de una u otra forma la obra del Estado Universal.
Pues bien, lo que quiero transmitir, es que a lo largo de la historia, cada vez que los sistemas económicos o políticos han entrado en crisis, ha habido pensadores, filósofos o escritores, que con una especial agudeza y sensibilidad han sido capaces de percibir señales de cambio antes que el resto de sus contemporáneos, e incluso preconizar y diseñar nuevos modelos políticos y sociales y en ese contexto se enmarca con especial vigor la obra de Juan Carlos. Existen evidencias incontestables de que el sistema político y social en el que nos desenvolvemos, ha entrado en una crisis, a mi modo de ver irreversible. La Europa surgida del Congreso de Viena, tras el descalabro napoleónico en Waterloo se resquebraja y los estados nación no son capaces de ofrecer respuestas a los ciudadanos perjudicados por la globalización y las políticas economicistas. El mundo, tal y como lo hemos conocido en los últimos dos siglos, se desmorona ante nuestros ojos y las soluciones para transformar y superar este estado de cosas no son sencillas. No anda muy desencaminado Juan Carlos cuando nos propone un Estado Universal como moderador de un nuevo orden.
No olvidemos que la Unión Europea a la que pertenecemos no es otra cosa que un proyecto de construcción de un ente supranacional que se superpone a los gobiernos de los países que la componen. No es malo el intento, pero a mi modo de ver, se ha planteado principalmente sobre la base de la economía, dejando en segundo plano a los ciudadanos. Contrariamente, el Estado Universal que plantea Juan Carlos, se establece sobre la base de la ética y tiene como epicentro a las personas y eso, a mi manera de ver las cosas es una gran virtud en la filosofía política del autor para ese gobierno universal que propugna en su obra. De ahí que me resulte especialmente agradable participar en el acto de presentación de este libro y sobre todo, de presentar a su autor, Juan Carlos Martín Yuste, con el que curiosamente comparto orígenes geográficos, pues ambos procedemos de Peñarandilla. He tenido ocasión de conversar con él sobre temas diversos y siempre me ha agradado su actitud de persona tolerante y su disposición a escuchar opiniones diferentes. Me sorprende su capacidad de trabajo y sobre todo que es una de esas personas a las que nada del mundo le es ajeno, puesto que se siente atraído por cosas tan dispares como la filosofía, la aeronáutica, el derecho, la física, la historia o las matemáticas. Digamos que su curiosidad innata y sus altas capacidades le han convertido en una especie de hombre del renacimiento, lo que en muchas ocasiones, estoy seguro, le hará sentirse aislado intelectualmente en una sociedad trivial y gris a la que parece que solo el fútbol es capaz de sacar de su letargo. Quizá por esa propensión a la reflexión que se le nota a la legua, le venga su afición a volar en un ultraligero, o tal vez por oficio, puesto que siendo Ingeniero Aeronáutico y dedicándose a la consultoría de infraestructuras aeroportuarias, se necesitará, digo yo, mirar las cosas con cierta perspectiva y altura de miras. Desde luego, esta última es innegable, pues acometer un proyecto de tal magnitud como el que ahora afronta, requiere una tenacidad a prueba de contratiempos y una brillantez mental privilegiada. De momento, querido Juan Carlos, no puedo hacer otra cosa que desearte un buen despegue.