El mundo y las personas necesitan esperanza. Hemos crecido en la inocencia y la ignorancia más absoluta, confiando en aquellos que nos gobiernan, pero debemos despertar ya, antes de que sea demasiado tarde. Contrariamente a lo que nos han hecho pensar, no remamos todos en la misma dirección porque, de ser así, las cosas desde hace mucho tiempo serían diferentes.

El planeta se acerca hacia el abismo, dentro de un cuarto de siglo la población mundial rondará los 10 000 millones de habitantes. En tan solo doscientos años se ha multiplicado por seis. El espacio, y por tanto los recursos, son finitos, por lo que no existe en este contexto posibilidad de crecimiento y expansión continua.

Se presentan dos escenarios factibles a corto plazo: la organización y distribución de la riqueza existente o la destrucción de, al menos, una parte de la población mundial. Conocida la vileza del género humano, en especial la derivada de la clase gobernante, quizá el segundo de los planes ya está en marcha, porque aquello que es probable es posible. La historia ha demostrado que la vida y el sufrimiento de miles o millones de personas no tienen importancia cuando se cruzan por medio de los intereses de gente sin escrúpulos y no hay modo actual que impida que las cosas se repitan o que al menos las contrarreste.

Si lo hay, sin embargo, para lo contrario. Obsérvese a aquellos cuyo único afán es perpetuase y ahí se hallará la coalición conservadora. ¿Qué estarán dispuestos a hacer en la persecución de este objetivo?

De nosotros depende formar, porque es posible y sencillo y si no lo evitan antes, una coalición global que establezca un orden en defensa de la paz y de la vida, organizando y gestionando el mundo en el que vivimos desde el respeto, la sensatez y la inteligencia. Mantenerse al margen tan solo nos convertirá en cómplices de aquellos que han utilizado la historia no para aprender de sus errores, sino para manipularnos a su antojo. Los confiados, pasivos o egoístas serán tan culpables como ellos cuando la destrucción llegue.

Dejemos de creer que nuestra vida cuenta para nuestro país o gobierno más allá de lo que nos necesitan. ¿Qué creemos que será de nosotros cuando las máquinas nos reemplacen como herramientas o como soldados?

Tomemos conciencia de la humanidad como lo que es: una gran familia. Si existe algún orden, ha de ser universal, de lo contrario será injusto y la oposición a él será la prueba de todo cuanto es defectuoso. La paz ha de ser instaurada, y solo será posible cuando el ejercicio de los derechos humanos sea una realidad no traumática.

Es un hecho el aumento de la conciencia universal y de la conexión y extensión de esta por todos los espacios de la Tierra gracias, sobre todo, al despliegue de las comunicaciones. También es una realidad que antes que los vicios y defectos más viles de nuestra especie existen las habilidades, capacidades y virtudes más excelsas, coexistentes al mismo tiempo en la misma persona. La inteligencia, la sabiduría, la justicia, la tolerancia, y la generosidad están también en todos nosotros y, por supuesto, la esperanza. Sin esperanza no hay futuro.

Esperanza 2

 

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